sábado, 11 de enero de 2014

LA MADRE TIERRA - CARMONA



En el origen estaba la tierra. Dicen que emergió de las aguas primigenias y se dejó rodear por ellas; que al principio todas las cosas estaban en su interior, contenidas, expectantes, aguardando el momento convulso del surgimiento: el cielo, los titanes, los dioses y los astros, los hombres, los animales y los monstruos, la raza incivil de los gigantes, y los cíclopes abominables que forjaban tormentas de rayos con el fuego apresado en las profundidades tenebrosas. De las entrañas de la tierra también nació el Tiempo, su primer aliado, su cómplice, con una hoz de afilados dientes que ella le regaló para que segase todo cuanto amenaza con hacerse eterno negando la ley del cambio, esencia misma de la vida. Desde el principio, la tierra dio el sustento a sus criaturas, y también les dio cobijo en sí misma, o medios para construirlo. Acogió y sigue acogiendo a los muertos, que son «los que vuelven a su seno». Proporciona el olvido, pero a veces restituye, pedazo a pedazo, la memoria del pasado. La tierra como origen es una constante en la historia de las creencias, el espíritu y la imaginación de todos los pueblos. Es la primera necesidad para la existencia: algo donde pisar, algo donde afirmarse, un lugar en el que estar y al cual pertenecer. Buscar los orígenes es encontrarse, tarde o temprano, con la presencia de la tierra. En el origen de Carmona está el alcor. Excavar hasta el alcor es alcanzar el estrato más profundo del pasado histórico de la ciudad, su primera página. Las raíces de ese pasado se detienen en el alcor igual que las raíces de las más viejas y fuertes construcciones; cuando los hombres han buscado un reducto en el que reposar a salvo para siempre del devenir, han tallado sus tumbas en el alcor, como si buscasen en el interior de la roca esa zona sin tiempo anterior a su propia existencia, la concavidad intemporal del claustro materno.

JUAN FERNÁNDEZ LACOMA-ANTONIO CALVO LAULA

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