miércoles, 26 de junio de 2013

EL ESPONTANEO


Hoy desde mi artículo, quiero recordar  aquellos maletillas que en su día recorrían veredas y caminos en busca de una oportunidad para dar unos cuantos capotazos o muletazos a toros, novillos o becerras que se le pusiese delante, tanto en el tentadero, como en el cerrado de reses bravas e incluso tirarse de espontáneo en cualquier plaza de toro para mostrar sus cualidades.

Nació en Coria del río, alto espigado, gorra a cuadros , camisa gris, pantalón a  rayas y los pies calzados con  botas camperas ajadas por el huso a  falta de tomate y limón (se utilizaban antiguamente para limpiar las botas), al cuello un pañuelo oscuro desblanquecido por el polvo y  sudor acumulado. Llego a las huertas  de Carmona a  eso de medio día, tras sentarse a la sombra de un naranjo viendo pasar los rayos del sol entre las hojas, se quedó dormido, soñando con el traje de luces que algún día vestiría en los cosos taurinos. Se despertó al ruido de un camión que portaba cajones grises ( cajones donde se transportan los toros y novillos para la lidia), pensó, que lo más probable que su destino fuese la ciudad de los Califas,  pues corría el mes de Mayo y la feria estaba próxima.
Al paso por nuestra ciudad contacto con algunos de los aficionados al toro, los cuales pudieron reunir cinco duros, una hogaza de pan y medio salchichón para hacer más llevadera su travesía hacia Córdoba. Llegando a la ciudad a eso de media mañana del Sábado, se enteró que los toros se iban a sortear para la corrida del Domingo,  en aquellos entonces se emparejaban los lotes y se sorteaban apuntando el número de cada toro en un papel, introducido luego en una  gorra o sombrero sacando cada   representante de los diestro el número que le caía en suerte.

A eso de media tarde busco una fuente para refrescarse,  pues hacía calor y los pies estaban tan maltrechos que necesitaban la caricia del agua fresca, a lo lejos divisó el puente de San Rafael construido hacia el año 1953,  por sus ocho ojos discurría el agua tranquila y serena como si de un oasis se tratase,  por un momento pensó: ¿qué fuente mejor que esta calmaría el lacerante dolor de mi caminata? ¿Y que refugio más tranquilo y acogedor pudiera encontrar acompañado de una brisa tan suave que aliviase el cansancio de mi cuerpo?.
La tarde se hizo noche cuando sus ojos cayeron rendido nuevamente al sueño, el canto de los pájaros  hicieron de alarma, promulgando el despertar de la mañana del Domingo, siguió su camino y su mente despejada y descansada se puso en marcha ideando una estrategia para  entrar en la plaza de toros de los Califas, (se llama así para recordar a cuatro maestros del toreo), la entrada tenía un precio de  45 ptas. la más barata, metió su mano en la faltriquera y  rozo suavemente dos solitarias pesetas que aún le quedaban y que guardaría como oro en paño para después de la corrida.  Atravesó el puente encaminándose a la gran Avenida del Parque, recordando que si la seguía se encontraría con la plaza de toros a mano izquierda, no tenía perdida. En la avenida Machaquito en un soto, se quitó la camisa para ponérsela de nuevo después  de enrollarse la muleta al torso una vez libre del cáncamo que la sujetaba al palillo, introduciéndose este en la pernera del pantalón y la bota, quedando en su mano solamente el pañuelo del hato y la espada de madera  que oculto en el follaje, la vara de acebuche que le serviría para armar la muleta a falta de estoque en caso de poder saltar al ruedo la conservo en su mano.

A las cinco de la tarde el ambiente de la fiesta taurina se engalanaba con los colores alegres del evento, a base de pedir limosna consiguió 50 pesetas, después de pagar la entrada le sobraron 5 ptas., guardándolas en el bolsillo con las dos  restantes que tenía para comer por la noche el bocadillo deseado. Entro por la puerta que daba acceso al tendido de sol, miro a su alrededor recordando la canción que decía:” La plaza es un panal de azul y oro , al ruedo se ha tirado el maletilla que sueña con la gloria del toreo.”
Si… si, la plaza era un panal entre el azul del cielo y el amarillo oro del albero, resaltado por el riego del camión cisterna que minutos antes había regado el ruedo, el olor a tierra mojada impacto en su nariz sin apenas darse cuenta, sus pensamientos estaban ocupados ¿ en qué toro se tiraría al anillo de la plaza?, él había oído a los grandes aficionados que decían: “no hay quinto malo” pero no podía esperar así al quinto, el estado de nervios era tal que hacia que sus piernas temblasen como las hojas del álamo con el viento, así que se mentalizo en saltar nada más salir el primer toro, el berrendo salió por la puerta de chiquero, nervioso pero pausado, maestros y subalternos cuchicheaban por lo bajo, comentando el peligro que tenía el animal. El maletilla se  desabrocho la camisa, saco la muleta y el palillo con el cáncamo quedo ajustado en la misma, la muleta estaba lista, oyó un murmullo a su alrededor, corrió escaleras abajo hasta poner el pie en la protección de la contra-barrera y saltar el callejón para caer en la plaza y darle un par de muletazos al toro, el cual embistió con saña, subalternos y matadores corrieron hacia él antes de que ocurriese una desgracia, el silencio fue rasgado por  chillidos y lamentos que salieron de lo más profundo de un  público asustado por el desenlace, el cielo azul se convirtió en plomizo y el albero amarillo se tiño de rojo, entre neblinas el espontáneo se vio así mismo saliendo por la puerta grande de los triunfadores con un ramo de flores en la mano, en su memoria martilleo parte de una estrofa publicada en un periódico taurino, no recordaba cual era, quizás: “El ruedo” o “ él Dígame” decía: “Fue muy triste su final, disculparme de contarlo, pero seguid mi consejo, no tirarse de espontaneo”.


 ARTICULO ES CRITO POR: EL ALACARAVAN COMI
 

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